La Motivación en el Aprendizaje

Como padres (y también como profesores) queremos que nuestros hijos estudien para mejorar sus opciones de futuro. Sabemos que los estudios mejoran las posibilidades de encontrar un buen trabajo y que es una parte fundamental de su desarrollo como personas.

Pero a menudo nuestros hijos no parecen tenerlo tan claro, y nos vemos obligados a “motivarles” para conseguir que estudien. ¿Cómo podemos lograrlo?

Cada padre tiene sus tácticas para lograrlo. Y entre las habituales figuran:

  • Las Amenazas: “Si no estudias no saldrás/verás la tele/jugarás a la Play/etc.”
  • La Presión: “Si no estudias no podrás ser médico/ingeniero/abogado… y tendrás que trabajar de albañil/barrendero/peón/vivirás bajo un puente…”.
  • Los Premios: “Si estudias te compraré una moto/la Play 3/iPhone…”
  • «Estar Encima»: asegurándonos que hacen las tareas, tomándoles la lección, etc.

Y los resultados de estas tácticas son, desgraciadamente, los lógicos. Nuestros hijos estudian mientras podemos mantener las amenazas, la presión o los premios… pero dejan de hacerlo cuando estas “motivaciones” desaparecen… Y todos sabemos que no las podemos mantener eternamente. Puede que sea al final de la ESO, cuando nuestros hijos empiezan a hacer caso omiso a nuestras charlas; o en el bachillerato, cuando nuestras amenazas ya no son creíbles; o en la Universidad cuando nuestra capacidad de actuación es prácticamente nula; pero ese momento llegará. Y entonces ya será demasiado tarde para cambiar de táctica.

Lo cierto es que existen tácticas mejores para conseguir el objetivo. No son fáciles, ni rápidas, ni garantizan el éxito. Pero merece la pena conocerlas y, probablemente, ponerlas en práctica.

Para ello necesitamos primero definir correctamente nuestro objetivo y luego, conocer los principios de la motivación en las personas para ver cómo aprovecharlos. Vamos a ello.

¿Cuál es Nuestro Objetivo?

Frecuentemente los padres nos centramos en que “nuestros hijos estudien”. Y confundimos así el fin con el medio.

El objetivo no es “estudiar” sino “aprender”. A nadie le gusta estudiar (requiere un esfuerzo), pero a todos nos gusta saber y para eso estudiamos. ¿A quién no le gustaría saber hablar chino? ¿O entender la teoría de la relatividad? ¿O conocer los misterios de Júpiter?

Así que redefinamos nuestro objetivo. No queremos que nuestros hijos “estudien”, queremos que “aprendan”. Y es algo distinto que nos hará cambiar nuestra forma de motivarles. Porque queremos que quieran aprender, que les guste aprender, que valoren el conocimiento. Podemos hacer que les guste saber cosas, y que asuman que, para conseguirlo, tienen que estudiar (es el medio para conseguir el fin).

Ya tenemos nuestro objetivo, motivarles para que aprendan. Ahora ¿cómo lo conseguimos?

¿Cómo Funciona la Motivación?

Los psicólogos no se ponen de acuerdo en cómo funciona la motivación humana. Afortunadamente no necesitamos los detalles, nos basta con las líneas generales de la motivación humana. Y ahí sí que hay acuerdo.

Son las necesidades las que impulsan a actuar a los seres humanos. Actuamos para satisfacer una necesidad. Y, según los psicólogos, solo hay 16 necesidades básicas:

  • Nutrición, la necesidad de aire, agua, calor, comida…
  • Tranquilidad, la necesidad de seguridad.
  • Actividad Física, la necesidad de hacer ejercicio.
  • Contacto Social, la necesidad de relación con amigos e iguales.
  • Romance, la necesidad de sexo.
  • Ahorro, la necesidad de poseer, recolectar.
  • Independencia, la necesidad de individualidad.
  • Aceptación, la necesidad de obtener la aprobación de los demás.
  • Orden, la necesidad de entornos estables, predecibles y organizados.
  • Descendencia, la necesidad de crear una familia.
  • Honor, la necesidad de hacer lo que consideramos que está bien.
  • Idealismo, la necesidad de justicia social.
  • Estatus Social, la necesidad de reconocimiento social.
  • Curiosidad, la necesidad de aprender.
  • Poder, la necesidad de influir en la voluntad de otros.
  • Venganza, la necesidad de devolver los golpes.

Los seres humanos actuamos en cada momento movidos por alguna o varias de estas necesidades.

Así, cuando amenazamos con algún castigo a nuestro hijo para que estudie (táctica antigua que cambiaremos después de leer este artículo), él reacciona para poder satisfacer su necesidad de contacto social (si le amenazamos con no salir), o para satisfacer su necesidad de curiosidad (si le amenazamos sin la Play o sin la tele).

Se trata ahora de identificar las necesidades que, convenientemente gestionadas, incrementen el interés de nuestros hijos por “aprender”. Y en la lista anterior hay cuatro: aceptación, independencia, honor y curiosidad.

Es cierto que nuestros hijos podrían estar motivados a estudiar por otras necesidades. Por ejemplo porque sean grandes idealistas y buscan ser personas influyentes a través del estudio para mejorar el mundo; o porque su pareja está decidida a estudiar una ingeniería y ellos se ponen a estudiar para seguirla; o porque su casa es un caos y el único modo de tener tranquilidad es ir a la biblioteca; o porque estudiar es la única forma de que le dejen jugar al baloncesto… Todas estas motivaciones existen en personas reales. Pero no son las habituales y no nos centraremos en ellas.

Las cuatro necesidades identificadas, además de ser las más habituales, son las que nuestros hijos podrán mantener a largo plazo y les ayudarán en el futuro aunque nosotros ya no estemos ahí para hacer que “quieran aprender”.

Aceptación

Las personas actuamos para que los demás nos acepten, pero nuestros grupos de referencia, aquellos en los que buscamos ser aceptados, varían con la edad. Así, los niños de primaria buscan principalmente la aceptación dentro de su familia. Los padres son el referente y el modelo de conducta a seguir. Sin embargo, a medida que crecen nuestros hijos, los padres perdemos protagonismo ante otros grupos de referencia (amigos).

Existen varias formas de aprovechar la necesidad que tienen nuestros hijos de que les aceptemos para potenciar su ganas de aprender:

  • Con el ejemplo; los niños que ven a sus padres estudiar, que les ven valorar los conocimientos, que les motivan para que aprendan; se convierten en personas que quieren aprender.
  • Con el reconocimiento; si cuando estudian les reconocemos el esfuerzo y les felicitamos por ello, si cuando nos demuestran sus conocimientos nos alegramos y les incentivamos a que sigan aprendiendo; entonces nuestros hijos se sentirán aceptados y querrán seguir aprendiendo.

Esta estrategia es muy efectiva en primaria y en los primeros años de la ESO, pero puede ser difícil de aplicar por primera vez a partir del final de la ESO porque, si no se ha trabajado bien esta relación, nuestros hijos pueden valorar más la aceptación de su grupo de amigos que la nuestra (bien porque ya la consideren imposible de alcanzar o porque la hayan conseguido por otros medios). Pero, aunque nuestra influencia pueda disminuir en esas etapas, seguirá siendo importante (aunque ellos no lo reconozcan abiertamente). Por lo tanto, nunca es demasiado tarde.

También estaría muy bien que nuestros hijos, en la adolescencia, buscaran la aceptación de un grupo de amigos que valoraran los conocimientos y el estudio, donde los valores principales no fueran materiales (dinero, marcas…), ni de clase social, ni por supuesto de violencia o drogas… Pero en la elección del grupo de amigos podemos influir poco, salvo procurar en los primeros años de su adolescencia conozca grupos con los valores adecuados. Y al principio, ellos conocerán aquello que nosotros les enseñemos (conocerán personas distintas si les llevamos a actividades culturales o didácticas que si les llevamos con nosotros de copas hasta la madrugada).

Independencia

Todos tenemos la necesidad de ser independientes, de ser capaces de valernos por nosotros mismos. La independencia fomenta nuestra autoestima. Y si bien la necesidad de aceptación podíamos utilizarla mejor en la infancia y los primeros años de la adolescencia; la independencia es mucho más eficaz como motivación para el aprendizaje en los últimos años de la adolescencia.

Ciertamente será muy difícil que nuestros hijos en edad infantil quieran estudiar para asegurarse un futuro profesional. Para ellos eso está muy lejos. Pero no deja de ser importante que sean conscientes del objetivo de su aprendizaje, que sepan que al final tendrán que vivir de lo que hayan aprendido.

Aquí, de nuevo, el ejemplo es importante. Nuestros hijos no tendrán la necesidad de independencia si de algún modo ven que se puede vivir sin trabajar, o que se puede tener un buen trabajo sin alcanzar un cierto nivel de conocimientos. Desgraciadamente nuestra sociedad está llena de ejemplos: personas que consiguen trabajos inmerecidos (enchufismo), personas que no ejercen sus funciones en el trabajo (absentismo), puestos bien remunerados sin necesidad de calificación (como ocurría en la construcción), etc. Podemos hacer ver a nuestros hijos lo inadecuado de esas situaciones, pero sería totalmente contraproducente (si nuestro objetivo es que “quieran aprender”) que las ensalzáramos como ejemplos a seguir.

Asimismo, es conveniente ejercitar a nuestros hijos en la independencia desde el principio. Si habitualmente les ayudamos con las tareas, les tomamos la lección, les recordamos sus obligaciones, etc. no les estaremos ayudando a que sean independientes. La independencia se alcanza paso a paso. Y así como ahora ya no necesitan que les ayudemos a vestirse, poco a poco tenemos que ir retirándonos para que ellos asuman la responsabilidad de su aprendizaje. De nada servirá que, si nuestro hijo no hace habitualmente sus tareas, nosotros nos encarguemos de recordárselo. Eso está bien en un niño de primaria, pero está totalmente fuera de lugar en la ESO (y por supuesto en el bachillerato). Es mucho mejor para nuestro objetivo (que quiera aprender), que asuma las consecuencias de su actitud. De esta forma aprenderá que sus actos y omisiones tienen consecuencias; una lección imprescindible para la vida que todos hemos aprendido.

Honor

Entendemos por honor “hacer lo que consideramos correcto”, puede ser actuar conforme a nuestra moral o bien seguir el código de conducta establecido por nuestra comunidad. En cualquier caso, “hacer lo correcto” es un motivo para actuar. Lo complicado es conseguir que nuestros hijos consideren que “lo correcto” es aprender.

La forma de aprovechar la necesidad de honor para motivar el aprendizaje está muy relacionada con las que indicamos para la necesidad de aceptación. Pero nos centraremos ahora en un matiz diferente: queremos inculcar a nuestros hijos el concepto del deber.

Ellos ya saben que todas las personas tenemos derechos. Han oído hablar de los Derechos Humanos, de los derechos de los niños, de los derechos de las minorías. Se trata de señalarles también que, todo derecho conlleva obligaciones; y la suya es aprender.

El deber de aprender proviene de dos relaciones. En primer lugar es un deber hacia sus padres. Nuestra obligación como padres es cuidarles, alimentarles, procurarles una educación… y nuestra obligación son sus derechos. Ellos tienen derecho a ser alimentados, cuidados y educados porque nosotros (sus padres) asumimos nuestros deberes. De igual forma, sus derechos, les generan obligaciones, que incluyen respetar a sus padres, colaborar en casa y aprender para desarrollarse como personas.

Esta relación derecho-deber también se produce entre nuestros hijos y la sociedad. La sociedad en la que viven les garantiza la sanidad, la seguridad, medios de transporte, oportunidades profesionales, educación… y a cambio ellos deben asumir unos deberes hacia la sociedad que les acoge; deben contribuir a ella con su aprendizaje, haciéndose personas de provecho mañana para contribuir a la sociedad que les ha protegido en su infancia.

Esta relación derecho-obligación es en la que se basan las sociedades humanas, tanto la familia, como los estados.

Si conseguimos que vean su aprendizaje como su deber para con su familia primero y para con toda la sociedad después, conseguiremos nuestro objetivo: querrán aprender.

Curiosidad

El ser humano es curioso por naturaleza. O quizás haya sido la curiosidad la que nos ha diferenciado del resto de animales y nos ha hecho humanos. El caso es que la curiosidad, la necesidad de nuevos conocimientos, es una de las motivaciones más poderosas. De hecho, si nuestro hijo tuviera “curiosidad” por las matemáticas, o por la física, o por la historia… no necesitaría más motivación. Él mismo estudiaría para aprender en lugar de ver la tele o jugar a la Play. Pero no es así.

El problema de la sociedad actual es que nuestros hijos tienen más que satisfecha su curiosidad. Tienen a su disposición multitud de canales por los que conseguir información nueva y desconocida. Nuestro trabajo como padres consiste en orientar su curiosidad hacia los canales de información didáctica en lugar de satisfacerla con canales de entretenimiento.

Entre los canales de entretenimiento que hoy tienen nuestros hijos y con los que satisfacen su necesidad de adquirir nuevos conocimientos están la tele (con cientos de canales diferentes), los videojuegos (con miles de aventuras que vivir), internet (con millones de webs a su disposición) y las redes sociales (con millones de personas con las que relacionarse). Lo habitual es que nuestros hijos prefieran la información que reciben por esos canales a los libros de texto, mucho más aburridos y difíciles.

Ciertamente los métodos didácticos tienen que evolucionar. Si la próxima película de James Bond (o de la serie Crepúsculo) fuera sobre trigonometría, nuestros hijos aprenderían algunos de esos teoremas sin esfuerzo. Y también es cierto que la oferta cultural y científica ha mejorado mucho. Hoy visitar museos de ciencia interactivos y cualquiera de las actividades y talleres científico-culturales que se organizan en nuestro país.

Pero estas actividades de fin de semana no pueden competir con el acceso fácil y diario que les ofrecen los canales de entretenimiento a nuestros hijos en su propia casa. ¿Qué podemos hacer nosotros para atraerles hacia los libros?

Pues nuestra mejor opción (además de llevarles de vez en cuando a actividades científicas y culturales) está en limitar el acceso. Si dejáramos a nuestros hijos totalmente aislados en una habitación, con todas sus necesidades nutricionales y de seguridad satisfechas, y solo con un libro de texto; al cabo de un tiempo (días o semanas) se sabrían el contenido del libro de memoria. No importa el tema, cualquier persona se leería lo que fuera para pasar el rato (si no lo cree, recuerde lo último que leyó esperando al dentista).

Limitar el acceso a otros canales de información hará que nuestros hijos tengan más tiempo para su aprendizaje. Pero esto no quiere decir que prohibir internet, la tele, los videojuegos o las redes sociales sea positivo. En estos canales, además de entretenimiento hay mucha información valiosa que puede ser útil en el aprendizaje. Nuestros hijos vivirán y trabajarán en un mundo con todos esos canales y deben aprender a manejarlos y a controlarlos, evitando que sean estos canales los que les controlen a ellos.

Para conseguirlo es necesario establecer límites (horas de tele al día, días de la semana para videojuegos, horas de día en las que se puede utilizar el móvil, etc.). Estos límites tendrán que ir evolucionando y liberalizándose a medida que nuestros hijos aprendan a autocontrolarse y a medida que otras motivaciones les impulsen a aprender y les eviten las distracciones centrándose así en sus objetivos académicos.

Pero sin olvidar que además, debemos ayudarles a utilizar los nuevos canales de información como formas de aprendizaje. ¿Contradictorio? Puede ser, pero nadie dijo que fuera fácil.

 

En resumen, nuestro objetivo como padres debe ser conseguir que nuestros hijos “quieran aprender”. Para ello, podemos gestionar cuatro necesidades básicas: su necesidad de aceptación, su necesidad de independencia, su necesidad de honor y su necesidad de conocimiento (curiosidad). Para cada una de ellas hay acciones que como padres podemos desarrollar. Como dar ejemplo, reconocer el esfuerzo realizado, facilitarles el acceso a grupos de amigos adecuados, hacerles conscientes de la necesidad de trabajar para vivir y de la relación que existe entre el nivel del trabajo y el nivel de estudios, ayudarles a ser independientes, enseñarles sus deberes para con su familia y para con la sociedad, aprovechar las oportunidades de entretenimiento didáctico (como talleres en museos, exposiciones científicas, programas divulgativos, etc.) y establecer límites al uso de los canales de entretenimientos para ayudarles a centrar su curiosidad en los canales didácticos.

A cada uno de nosotros, como padres, nos corresponde buscar la estrategia educativa que más se adapte a nuestros hijos.